El discipulado de Jesús en la Vida Religiosa
Hna. Ana María Gomes da Costa | Adaptación de la reflexión de la Hna. Márian Ambrósio, DP.
La centralidad de Jesús en nuestro camino de Vida Religiosa es la única razón y sentido de nuestra existencia. Y tenemos que tener la humildad de reconocer que la forma en que nos involucramos, de manera un poco indisciplinada, digamos, envueltas en tantas tareas, no sólo ha alejado muchas vocaciones, sino que también ha colaborado para el enfriamiento vocacional de otras. Sólo una experiencia espiritual profunda y personal con Jesús es capaz de sostener nuestra opción y no dejarnos engañar por las apariencias que el mundo y las circunstancias nos ofrecen. Jesús hace un proceso muy personal e individual con cada una de nosotras. El proceso formativo es permanente.
La palabra discipulado de Jesús, seguimiento de Jesús, acompañada del adjetivo radical, ha marcado un nuevo momento en la Vida Religiosa y en la Iglesia. Seguir significa caminar por el mismo camino. Entonces miremos a Jesús: ¿Él realmente ocupa el centro de nuestras vidas? Además de que Él ocupa el centro de nuestra vida, debemos dedicarle horas de oración, acercarnos a Él en la vida común, en el apostolado. Es una decisión de Dios elegir, llamar. Es Él quien llama, nosotras colaboramos en el proceso vocacional acogiendo y respondiendo sí a la llamada. Es la función de un maestro elegir a sus discípulos y sus discípulas. El discipulado de Jesús tiene una característica particular: es permanente y procesual. Nunca estamos listas. Nunca nos convertimos en maestras. Siempre somos discípulas. También recordando que no es solo la persona de Jesús la que elegimos seguir. Es también acoger su proyecto. Él nos invita con todas las letras:
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz de cada día y sígame”.
Profundicemos el tema: La centralidad de Jesús en la práctica de la Consagración, a través de los Votos; la centralidad de Jesús en la vida comunitaria, indispensable hoy (espacio de gran desafío); y la centralidad de Jesús también en nuestro envío misionero apostólico. Nuestra reflexión se realizará sobre este trípode y utilizaremos la simbología de un árbol.
El discipulado radical de Jesús, a través de los Votos, en el caso de la simbología del árbol, se ubica en las raíces. La fe (los votos) forma nuestra raíz vocacional. Profunda, por debajo de nuestro terreno común, muy profundamente… El tronco representa nuestra vida comunitaria. El tronco recoge todas las raíces y proporciona soporte. El tronco es la firmeza de todas las raíces. Son de diferentes tamaños y de diferentes profundidades. Y los frutos, la copa del árbol ciertamente simbolizan nuestra Misión.
La radicalidad de nuestros Votos es algo que no es visible, yo no ando proclamando todo el tiempo que profeso tres Votos Religiosos, tres Consejos Evangélicos. Las raíces no construyen. Las raíces excavan. Cuando excavan, trazan un camino muy personal. Ese camino se profundiza hasta encontrar agua buena y limpia. Esta agua no es acumulada por la raíz. El agua cae del cielo o fluye desde las profundidades de la tierra. Así, las raíces habitan lo profundo, oscuro y misterioso. O profundizamos nuestras raíces, o desapareceremos lentamente. El Carisma no puede desaparecer. Nosotros que tenemos la confianza en la Divina Providencia de Dios, ¿cómo vamos a permitir que este Carisma desaparezca repentinamente de la vivencia? Las raíces representan nuestra vida espiritual. Nuestra dimensión más profunda, muy arraigada en la Palabra de Dios, muy ejercitada en el silencio de nuestro corazón, como lo hizo Jesús.
La fe es más que la vida de oración. Muchas veces, sin embargo, pensamos que somos personas de fe porque rezamos diariamente la Liturgia de las Horas, rezamos el Rosario, rezamos el Vía Crucis y muchas otras prácticas de oración… sin embargo, muchas veces lo hacemos todo esto mecánicamente, con el pensamiento dirigido a nuestros trabajos. Necesitamos rescatar con mucha fuerza el tiempo de meditación, de contemplación de la Palabra, de Lectura Orante de la Palabra de Dios.
Existimos para dar testimonio. Nuestra profecía reside precisamente en este testimonio diario de nuestra vida, independientemente de lo que estemos haciendo. En este sentido, el Papa Francisco nos advierte y llama la atención sobre la función de una raíz. Él dice: “Nuestra fe no es una fe de laboratorio. Sino, una fe de camino. Somos llamadas a caminar en la presencia de Dios, como lo hizo Abraham. Nuestra fe debe ser una fe misionera. Compartimos esta fe cuando nos sentimos en salida de nuestros propios territorios, comprendemos la urgencia que nos impulsa, la alegría de anunciar a Jesucristo” (Libro: Dal chiodo alla chiave – La teología fundamental de Papa Francesco, p. 15). No necesitamos hablar tanto de nuestro Carisma, sino testimoniarlo con nuestra vida. Que nuestros hermanos vean en nosotras la Mano Providente de Dios.
Reflexionemos ahora sobre lo que brota de una raíz. De la comunión de las raíces brota un tronco, un tronco se convierte en árbol. La vida comunitaria nace de la comunión de las raíces. Es claro que si las raíces de las Hermanas que forman una Comunidad son raíces sin profundidad, que no beben diariamente de esta agua espiritual, el tronco será muy marchito. Entonces, una comunidad evangélica fuerte es el resultado de raíces profundas. El tronco representa nuestra Vida Comunitaria. Y desde el tronco va a surgir la copa de un árbol, que produce frutos. Si no produce frutos, da sombra. La sombra es tan necesaria para los caminantes de esta tierra como los frutos. Entonces, recordemos que el tronco nace al mismo tiempo que las raíces se adentran más en la tierra… y se abre espacio, crece, se fortalece a medida que las raíces también se van tornando fuertes. De hecho, nuestra vida comunitaria es el resultado de esta comunión de raíces; cada una de nosotras da su raíz como regalo a su hermana, ella bebe de la misma fuente que es Jesús. Del tronco bien fuerte, bien resistente, saldrá una rama y todo lo que resulte después.
El tronco necesita mucha agua y todas las raíces. El agua atravesará el tronco y permitirá la aparición de hojas y frutos. Entonces, las hojas y los frutos del árbol es nuestra misión. Cuando miramos a Jesús, descubrimos que tenía una comunidad en el cielo y otra en la tierra. Jesús asistió a una comunidad aquí en la tierra, que es la Comunidad de Betania: Marta, María y Lázaro (de Betania). Él siempre regresaba a Betania. Está bien descrita en los evangelios de Juan y Lucas (Jn 11,1-41; Lc 10,38-42). Pero Jesús tiene una Comunidad en el cielo. La contemplación de la vida comunitaria de Jesús no tiene contradicción: así como vivió aquí en la tierra, también vivió en la comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Jesús, ni en la vida terrenal ni en la vida celestial, vivió solo. La Santísima Trinidad es el modelo por excelencia de la vida comunitaria (contempla la Trinidad de Andrei Rublev, el centro no es ocupado por nadie, el centro es ocupado por el cáliz de la vida, es la vida la que ocupa el centro, alrededor están las tres personas, que tiene algo igual y algo diferente). Este es nuestro gran desafío.
El salmo 133 nos dice: “Qué cosa tan hermosa la convivencia de las Hermanas, es como aceite que baja, baja, baja…” tres bajadas. Descender de mí para ir al encuentro de la Hermana, descender de mí para ver a Jesús en la vida de la Hermana, descender de mí para ver a la Santísima Trinidad en la vida de la comunidad.
En las palabras del Papa Francisco:
“Ninguna persona vive sola y mucho menos en la vida comunitaria… nuestra vida es vida comunitaria. Centralidad, ternura de la Eucaristía… debemos tratar a las hermanas y los hermanos con ternura eucarística, ¡debemos aprender a acariciar los conflictos!”.
La vida comunitaria es un espacio teologal donde el mundo puede tocar la verdad de que Dios es una comunidad.
La Vida Religiosa no existe sin Comunidad y la comunión no depende del lugar. Somos discípulas misioneras en la vida comunitaria. La vida comunitaria es para nosotras lo que el tronco es para un árbol. Fue Dios quien nos hizo así. La vida comunitaria nos da seguridad, (tronco) agrega todas las raíces. A veces el tronco es mucho más fuerte que las raíces. El tronco es más sólido precisamente porque forma parte de la comunión de las personas. El agua que busca la raíz va configurando su tronco, mucho antes de que aparezcan las flores y los frutos. Hay una crisis en la vida comunitaria… esa crisis no empieza en el tronco, sino en las raíces. Por los tanto, la gran invitación sigue siendo la misma: vamos a verificar la calidad de nuestras raíces. Un tronco no se pudre por sí. Se pudre en la raíz…
La misión es compromiso en la única misión de Dios: la vida creada y amada por Él. No deberíamos decir: “esta es nuestra misión”, debemos decir “esta es la misión de Dios” y para esta misión de Dios ponemos los brazos, la voz, los ojos, los pies, la cabeza… ¡todo! Todo nuestro ser. Y la mayor misión de Dios es el cuidado de la vida. La vida es el sujeto de la misión. Es un carisma que define una misión. Nuestro Carisma de Hermana Benedictina de la Divina Providencia genera la misión de sustentar la vida. La Providencia es la clarividencia de Dios y esa es la misión primordial de las Hermanas Benedictinas de la Divina Providencia. Nuestro lugar misionero, entonces, está destinado por nuestra Identidad Carismática. El Reino no tiene domicilio fijo, no tiene fronteras… Hermanas Benedictinas de la Divina Providencia que cuidan de la vida, que manifiestan la Divina Providencia para los hermanos. ¡Muestra la evidencia de Dios siempre a favor de la vida!